El dinamitero by Robert Louis Stevenson

El dinamitero by Robert Louis Stevenson

autor:Robert Louis Stevenson [Stevenson, Robert Louis]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 1925-01-01T05:00:00+00:00


DONDE CERO RELATA EL EPISODIO DE UNA BOMBA EXPLOSIVA

En cierta ocasión estaba yo invitado a comer por uno de nuestros más fieles agentes. Se celebraba la comida en Saint James Hall. El hombre era M’Guire, individuo muy caballeroso, pero no perito en nuestras mañas. De ahí la necesidad de nuestra entrevista. No tengo que encomiarle cuántas cosas dependen del buen funcionamiento de una máquina. Dispuse una bomba pequeña para que explotase media hora después, porque estaba muy cerca al sitio a donde debía llevarse. Para evitar contratiempos empleé un mecanismo inventado recientemente por mí: al abrirse la maletilla en que estaba encerrada la bomba se produciría la explosión. M’Guire parecía algo turbado con aquel nuevo mecanismo desconocido para él. Decía que, si le prendieran, moriría él también al mismo tiempo que sus enemigos. Pero yo no me dejaba conmover, y apelando a su patriotismo, le ofrecí un vaso de buen “whisky” y le lancé a su gloriosa empresa.

Era nuestro objetivo la estatua de Shakespeare, situada en Leicester Square, sitio muy adecuado para nuestros fines, no sólo a causa de la estatua, que representa un dramaturgo tenido neciamente por gloria de la raza inglesa, a pesar de sus opiniones políticas, sino también por el hecho de que los bancos circundantes se hallan casi siempre llenos de niños, jóvenes vagabundos, muchachas desgraciadas, gentes que inspiran piedad pública, y, por tanto, aptas para nuestros fines. Cuando M’Guire se acercó a su objetivo, sintió que su corazón latía con un sentimiento de triunfo. Nunca había visto tan lleno el jardincillo: niños que empezaban a andar e iban de un lado a otro; viejos retirados, inválidos de guerra, etc. La culpable Inglaterra iba a ser, pues, herida en sus partes más delicadas. El momento había sido elegido con acierto. M’Guire se acercó adonde tenía que dejar la maleta. De pronto reparó en un robusto policía que vigilaba junto al pedestal. Mi osado compañero, deteniéndose, miró alrededor suyo. Acá y allá, en la espesura, en los bancos estaban apostados algunos hombres que se fingían abstraídos. M’Guire no era lerdo en estos asuntos, y en el acto comprendió que se trataba de un plan del maquiavélico Gladstone.

Da la casualidad de que una de las mayores dificultades con que siempre tenemos que luchar es cierta nerviosidad de los miembros subalternos de nuestras sociedades. Cuando se acerca la hora de algo decisivo, estos miembros sienten un imperioso deseo de avisar anónimamente a las autoridades. De no ser por esta circunstancia, Inglaterra habría desaparecido ya del mapa. El gobierno, al recibir tal aviso, llena de policía el sitio elegido. Mi sangre hierve al pensar en los que sirven a tal causa por dinero. Claro que nosotros, merced a generosos compatriotas, recibimos buenos estipendios. Yo tengo un sueldo que me pone a cubierto de toda tentación mercenaria. El mismo M’Guire, antes de ingresar en nuestras filas, se moría materialmente de hambre, y ahora, gracias a Dios, dispone de un sueldo decoroso. Así ha de ser. El patriota no debe estar mordido por ninguna preocupación rastrera.



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